Comentario
En el campo de la arquitectura no todas las alternativas que se presentaron en el reinado del emperador Carlos se alinearon con la opción clasicista a la que acabamos de referimos, estableciéndose en muchos casos un amplio debate entre los partidarios de los sistemas tradicionales y los que postulaban otras ideas más renovadoras. El sistema tectónico gótico, utilizado en la construcción de grandes catedrales y en numerosos edificios religiosos del siglo XVI, había demostrado con éxito su capacidad para definir unos espacios sagrados que sintonizaban con las necesidades ideológicas y funcionales de la Iglesia y el sentir común de los fieles. Por otra parte, todavía en esta época la arquitectura no se había despojado definitivamente de los recursos platerescos, aunque los grandes maestros habían. iniciado un proceso de decantación purista que, valorando principalmente la tectónica del edificio y reduciendo progresivamente los repertorios ornamentales, la iban aproximando a concepciones más próximas a la arquitectura clásica.
Con respecto a Italia, este proceso no fue acompañado de un verdadero desarrollo de la literatura artística que intentara explicar el fundamento teórico de estos cambios, aunque la literatura teórica italiana constituyó, en gran medida, el soporte de los primeros intentos españoles en este sentido.
El primero en adentrarse en este campo fue Diego de Sagredo con sus "Medidas del romano" (Toledo, 1526) que, con el objetivo de regularizar el sistema de representación vigente y sistematizar el empleo de la arquitectura de los órdenes, presentó la primera codificación teórica de la literatura artística española de la Edad Moderna. En conjunto, esta obra puede considerarse como punto de partida de la polémica antiplateresca que se va a desarrollar a partir de los años treinta, y aunque su contenido va dirigido a los maestros y oficiales "que quieren seguir las formaciones de las basas, colunnas, capiteles y otras pieças de los hedificios antiguos", sus intenciones se dirigen también a la regularización y sistematización de las artes plásticas, principalmente a la escultura y a la decoración, conforme a los postulados formulados en la normativa clásica. A juzgar por el éxito alcanzado por esta obra, que llegó a contar siete ediciones en menos de treinta años -una de ellas en francés-, hemos de suponer que su oportuna aparición logró alcanzar los objetivos previstos en relación con los ambientes artísticos conservadores.
A partir de este momento, los intelectuales comenzaron a interesarse de una forma explícita por los temas artísticos, quedando reflejado este interés en algunas obras literarias que, teniendo como referencia "El Cortesano" de Baldassare Castiglione, nos introducen en el mundo del clasicismo altorrenacentista. El "Scholástico" de Cristóbal de Villalón es una excelente prueba de estas nuevas inquietudes, entre las que se incluye una verdadera admiración por artistas como Rafael y Miguel Angel, ya manifestada en "La ingeniosa comparación entre lo antiguo y lo presente", atribuida al mismo autor.
Sin embargo, tuvo más importancia para el proceso de decantación clasicista de nuestras artes el libro de Francisco de Holanda "Tractado de pintura antigua", compuesto entre 1547 y 1549, en el que, a partir de textos de Vitrubio, Plinio, Durero y Alberti y de las supuestas opiniones del divino Miguel Angel, se efectúa una ruptura con el pasado artístico inmediato y se estructura una teoría clasicista, confiriendo gran importancia al carácter teórico del arte italiano.
En esta misma línea hay que situar los contenidos de los "Comentarios de la pintura" (h. 1560) de don Felipe de Guevara o la traducción de los tratados teóricos de la arquitectura de los órdenes. Sin embargo, a excepción de la traducción del Tercer y Quarto libros de Sebastiano Serlio, realizada por Villalpando en 1552, hemos de esperar a los últimos veinte años del siglo para ver traducidos el "De Architectura" de Vitrubio (Alcalá de Henares, 1582) y el "De Re Aedificatoria" de Leo Baptista Alberti (Madrid, 1582), coincidiendo con el auge en España y América de la arquitectura clasicista.
Como ya indicábamos, la aparición de las "Medidas del romano" de Diego de Sagredo constituyó el punto de partida de la polémica antiplateresca, que a partir de los años treinta conducirá a la arquitectura española hacia unas soluciones más severas, próximas a la normativa clásica. En este sentido, las obras juveniles de Silóe en Burgos, principalmente la Escalera Dorada de la catedral y la torre de Santa María del Campo, realizadas en la década de los años veinte, fueron decisivas, por el sistema y métodos proyectuales utilizados, en la clarificación del incierto panorama de la arquitectura castellana y en el afianzamiento de ciertas soluciones técnicas en consonancia con la novedades de la arquitectura clásica.
Sin embargo, con independencia de las obras de los grandes arquitectos como Diego de Silóe y Alonso de Covarrubias, la arquitectura practicada por los maestros de cantería, por su formación técnica de carácter tradicional y por su vinculación a los procesos de construcción de grandes edificios góticos, se desarrolló entre las posibilidades que todavía ofrecía la construcción gótica y las soluciones técnicas, y sobre todo ornamentales, defendidas por los arquitectos más avanzados. Dentro de esta actividad hay que situar las obras de Juan de Badajoz, de Juan de Alava y, desde una perspectiva más rica y compleja, la de Rodrigo Gil de Hontañón.
Las obras realizadas por Juan de Badajoz el mozo en la catedral de León constituyen un buen ejemplo de la continuidad de los métodos constructivos tradicionales y de la incorporación a estructuras góticas de los repertorios ornamentales del Renacimiento. Sucesor de su padre en las dos obras de la catedral, el carácter híbrido de sus primeros encargos pronto se orientó hacia soluciones más ponderadas como las ensayadas en el claustro de la catedral leonesa, realizado hacia 1540. Pero donde el maestro dio mejores muestras del control de los repertorios ornamentales y de su función en el contexto de la arquitectura gótica, fue en la construcción del claustro del monasterio de San Zoilo en Carrión de los Condes y en la sacristía del convento de San Marcos en León, concluida en 1549. Se trata esta última obra de un edificio rectangular dividido en dos espacios cubiertos por bóvedas de crucería, separados por dos pequeñas puertas entre las que se sitúa un retablo de piedra donde el arquitecto leonés aplicó lo mejor de sus conocimientos.
Una formación gótica similar hemos de atribuir al maestro Juan de Alava, también conocido como Juan de Ibarra. Aunque su aprendizaje se realizó en los medios constructivos tradicionales, su contacto con otros arquitectos más renovadores y el conocimiento de algunas obras renacentistas le permitieron asumir progresivamente los principios de la nueva arquitectura. Ya en sus primeras obras, como el claustro de la catedral de Santiago de Compostela, se revelaba todavía como un maestro básicamente gótico, aunque sus conocimientos técnicos le autorizaban para juzgar el proceso de construcción de algunos edificios que, como la Capilla Real de Granada o las catedrales de Sevilla, Salamanca y Plasencia, respondían a la estética gótica. Sin embargo, sus aportaciones más novedosas quedaron reflejadas en la fachada de la catedral de Plasencia, de la que fue maestro mayor desde 1522, y en los proyectos del convento dominico de San Esteban de Salamanca. Este edificio, con el que culmina la carrera del maestro, supone una reelaboración de sus ensayos y experiencias previas en la Catedral Nueva de Salamanca, configurando uno de los conjuntos más representativos de la arquitectura de la época. Su iglesia, sorprendente por su sencillez estructural y espacialidad, se comunica con el exterior a través de una monumental fachada, en cuya portada, concebida a modo de retablo, al igual que en la fachada de la catedral placentina, se utilizan unos principios reguladores basados en la separación de alturas mediante líneas de impostas y la ordenación de alzados mediante pilastras y balaustres.
En estos ambientes constructivos, como ya señalara acertadamente M. Tafuri, la querella del lenguaje no asume caracteres radicales y un maestro de la talla de Rodrigo Gil de Hontañón (1500-1577) pudo ensayar libremente las múltiples soluciones que le ofrecía tan amplio repertorio. Su producción, amplia y versátil, es uno de los mejores exponentes de lo que venimos afirmando. En ella se sucedieron edificios que, como la fachada de la Universidad de Alcalá de Henares, responden a un experimentalismo de signo manierista, con otros como las catedrales de Segovia y Salamanca, donde el arquitecto hace una reinterpretación magistral del lenguaje gótico.